Alguna vez dije que hubiera dado parte de mi vida por la experiencia de estar en una disco en los ’70, moviéndome al ritmo de esas grandes bandas de soul y funk, ya a esta altura íconos de una época tan distinta a los tiempos que nos tocan recorrer en este siglo XXI.

Anoche se cumplió ampliamente ese deseo que ya era casi imposible: el Teatro Coliseo se transformó, en mitad de la noche de CABA, en una suerte de “disco” todo terreno donde se congregaron tres o incluso cuatro generaciones bailando al ritmo de los temas que Al McKay y su banda tocaron y cantaron de forma impecable.

Sobresaliendo los solos de saxo a cargo de Ed Wynne, el solo de teclado por Ben Dowling, y los míticos falsetes de Tim Owens, DeVere Duckett y Claude Woods, hicieron vibrar a la platea al mejor estilo que los ha caracterizado a lo largo de más de cuatro décadas.

¿La estrella de la noche? Sin duda alguna, Al Mckay, único integrante original del grupo, que a sus 70 años sigue tocando y bailando, e incluso arremetió con algunos solos de guitarra. Para destacar: su perfil bajísimo, se sonrió cuando uno de los cantantes contó brevemente su historia musical, en la cual se incluye haber sido seis veces ganador de los Premios Grammy y ser parte del Rock and Roll Hall of Fame.

También fue impecable el respeto que tanto artistas como público mantuvieron durante toda la velada, construyendo un gran clima familiar y festivo. Una verdadera fiesta disco para los oídos y las almas de quienes vivieron esta época y de aquellos que, como yo, no pudimos estar en esa década dorada.

Anoche nos asomamos un poquito y, de golpe, en mitad de la noche capitalina, vestíamos pantalones oxford, peinábamos afro y calzábamos zapatos con plataformas para bailar grandes éxitos como “Boogie Wonderland”, “September” y “Let’s Groove”.

Muchas gracias, EWF, por cumplir mi deseo. El hechizo se terminó después de las doce, como era de esperar.